Blog: Huele a Gas

Las columnas de “Huele a Gas” son un esfuerzo articulado de varias organizaciones y comunidades que buscan elevar la alerta sobre el peligroso despliegue de este combustible fósil en el territorio nacional.

December 26, 2025

Gas natural fósil: energía para unos, enfermedad para otros

Carla Flores Lot / CartoCrítica

Sí, el gas genera energía, pero también enfermedad, algo casi ausente en la conversación pública. Asma infantil, partos prematuros, daños respiratorios y contaminación acumulativa son parte del costo que pagan las comunidades que habitan en torno a estas plantas. Lo que para el país es electricidad, para ellas es una exposición diaria a emisiones tóxicas, olores químicos y ruido constante que convierten sus hogares en zonas de sacrificio.

En México seguimos escuchando que el gas fósil es “limpio”, “natural” o un combustible “puente” para la transición energética, olvidando que esa transición debe ser justa. Para quienes viven cerca de las termoeléctricas a gas, esa narrativa se desmorona rápido: sí, el gas genera energía, pero también enfermedad, algo casi ausente en la conversación pública. Asma infantil, partos prematuros, daños respiratorios y contaminación acumulativa son parte del costo que pagan las comunidades que habitan en torno a estas plantas. Lo que para el país es electricidad, para ellas es una exposición diaria a emisiones tóxicas, olores químicos y ruido constante que convierten sus hogares en zonas de sacrificio.

La falsa idea del “gas limpio” se ha sostenido durante años, aun cuando la evidencia científica muestra lo contrario. El gas fósil es prácticamente metano, un gas de efecto invernadero extremadamente potente cuyo impacto climático puede superar al del carbón si las fugas rebasan el 3.2 % de las emisiones totales del sistema, fugas que son mucho más comunes de lo que se reconoce públicamente, y a ellas se suman liberaciones intencionales por razones de seguridad. En otras palabras, las emisiones de metano son estructurales en los sistemas de generación a gas.

Pero el daño no se limita al clima ni al aire. Las plantas a gas liberan óxidos de nitrógeno, partículas finas (PM2.5), formaldehído, benceno y nanopartículas capaces de atravesar los tejidos y llegar al torrente sanguíneo. Además, estudios documentan descargas y deposición de metales pesados como plomo, mercurio, cadmio y arsénico en agua, suelos y sedimentos cercanos, donde pueden bioacumularse en peces, crustáceos y cultivos que forman parte de la alimentación local. Es decir, la contaminación también entra por el plato, no solo por los pulmones.

Niñas y niños: los más afectados

La evidencia es consistente en distintos países: niñas y niños son quienes más rápido y más gravemente resienten la contaminación de las plantas a gas. Sus pulmones están en desarrollo, respiran más aire por kilo de peso y pasan más tiempo al aire libre, lo que los vuelve especialmente vulnerables a los óxidos de nitrógeno, las partículas finas y los compuestos orgánicos volátiles liberados por estas instalaciones. Por ello, en zonas cercanas a termoeléctricas se ha documentado un aumento de asma infantil, infecciones respiratorias recurrentes y disminución de la función pulmonar.

Algunas investigaciones van todavía más atrás en el ciclo de vida: vivir cerca de plantas a gas se asocia con un mayor riesgo de parto prematuro y muy prematuro. Es decir, los daños comienzan incluso antes del nacimiento. También se ha observado que la exposición de mujeres embarazadas a sustancias emitidas por estas plantas —incluidos metales pesados y compuestos como el benceno— puede causar malformaciones congénitas y por respirar partículas finas se incrementa el riesgo de bajo peso al nacer, un factor que puede condicionar la salud a lo largo de toda la vida.

En este contexto, hablar de “gas limpio” oculta la realidad: para quienes crecen cerca de estas plantas, la exposición significa un deterioro en su desarrollo y un menor alcance de su máximo potencial, con efectos que se acumulan desde edades tempranas. Esto no es retórico: en Baja California las emisiones de las plantas La Rosita y Termoeléctrica de Mexicali —más de dos mil toneladas anuales de óxidos de nitrógeno— se han vinculado al incremento de crisis asmáticas y a la mayor incidencia de enfermedades respiratorias en niñas y niños del Valle Imperial.

Zonas de sacrificio:
el costo oculto del modelo fósil

En México —como en muchos otros países— las termoeléctricas a gas suelen instalarse cerca de comunidades históricamente marginadas y con menor acceso a servicios de salud. Ahí se concentran las emisiones, el ruido, las descargas y el riesgo.

Tula, Hidalgo, es un ejemplo claro: la termoeléctrica, la refinería y los desechos que recibe desde la Ciudad de México han creado lo que habitantes llaman un “cóctel tóxico”. La contaminación del aire, agua y suelo es cotidiana, pero las autoridades la minimizan por falta de mediciones.

Esto es resultado de una desigualdad histórica que ha colocado a estas comunidades en la primera línea de exposición, convirtiéndolas en zonas de sacrificio, un patrón que se articula con la lectura del racismo ambiental.

Insistir en el modelo del gas fósil invisibiliza la asimetría: sí, se genera energía eléctrica, pero los costos sanitarios recaen en quienes viven junto a estas plantas. Reconocer este hecho es el primer paso para discutir una transición energética que realmente sea justa y que no siga generando zonas de sacrificio, algo que debe reflejarse también en las decisiones de política energética. Si queremos avanzar hacia un futuro más saludable y sostenible, necesitamos decirlo sin rodeos: el gas fósil enferma y nadie tiene por qué respirar el costo, mucho menos las infancias.

Carla Flores Lot

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